Como cualquier
persona, había nacido natural, llorona, risueña, libre. En una habitación con
rincones iluminados y con rincones oscuros; fría junto a las ventanas que daban
al mundo, pero tibia bajo las mantas de la cama o junto al sistema de
calefacción que había encendido el padre.
Fue cuando daba los
primeros pasos de su adolescencia que la plaga de cámaras, celulares,
televisores y computadoras se coló por debajo de la puerta. Empezó con un teléfono muy
fino que succionaba el alma de las gentes para esparcirlas por el ciberespacio,
y pronto estuvo en sus manos sin que ella atinara a reacción alguna.
Fue el principio del
fin. A partir de la infección, un hoyo fue abriéndose en la puerta, y a través
de la herida: males tales cual una notebook, una cámara y una pantalla gigante
de televisión ocuparon la cama, el lugar junto a la ventana y los rincones
luminosos.
Y poco a poco,
mientras sus fotos iban derramándose en las redes sociales, fue perdiendo su
alma. Hasta que un día ya no pudo sonreír, por más que el fotógrafo, entre
lágrimas, le rogara una sonrisa y buscara en sus ojos vacíos algo de lo que ella había sido cuando vivía en la realidad.
ILUSTRACIÓN: Rocío D. Limón TEXTO: Santiago R. Bailez Chayé
Qué triste y qué cierto!!
ResponderEliminarMe ha gustado!
;)