lunes, 23 de abril de 2012

El ángel caído



Día tras día, el ángel se ocupaba de unir almas gemelas. No era fácil fomentar encuentros secretos, o encontrar el lugar más adecuado donde pudieran estar a solas y en intimidad. La mayoría de las veces, su tarea era convencer a la mujer, que quería pero que no estaba segura (las rígidas convenciones sociales y morales eran una barrera difícil por aquellos tiempos). Tenía que tener mucho cuidado con estas dudas porque ponían en peligro su eficiencia. No era Cupido, pero lo suyo era –dejando la humildad de lado– similar. No usaba flechas, sino que acostumbraba susurrar palabras al oído de las adolescentes que escuchaban embelesadas las promesas de un amor eterno, más allá de este mundo y de este tiempo. 


A veces le molestaba no ser como los otros ángeles y que la acusaran de oportunista o de estar al servicio de los poderosos. Sin embargo, en general, sentía cierto orgullo cuando veía a mujeres felices (¿felices?), entregadas a hombres que cuando hablaban de la eternidad lo hacían en forma literal. Sin ir más lejos, ahora debía lograr que Lucy accediera a recibir en su habitación al hombre que la acechaba en sus sueños desde hacía varias semanas. 


—¿Está todo listo, ángel? Necesito que me asegures que Lucy será mía. 


—Sí, Drácula. Esta noche.


ILUSTRACIÓN: Rocío D. Limón                          TEXTO: Adriana Santa Cruz

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