martes, 10 de abril de 2012

La muerte de Invierno


Comenzó cuando, durante una mañana de septiembre, sintió una extraña comezón en las entrañas de su cabellera; era un sudor blanco y brillante bajo una creciente sofocación. De pronto la respiración calma, adormecida hasta entonces, se le agitó desde el punto más austral de su cuajado pulmón. Como espasmos.
Mayor fue su preocupación durante una de las últimas tardes de su agonía; se había dado cuenta de que, poco a poco, su piel iba siendo invadida por escamas rojas, blancas y amarillas, las cuales, a su vez, presentaban sus propias escamas. Sus últimas horas se le hicieron interminables, como si los días, de hecho, hubieran ido estirándose.
En el final, posada en uno de sus brazos todavía sanos, y vestida de luto, su descendencia, aún sin el encanto de la madurez que le daba nombre y fama, le ofrendó su primera artesanía. Le prometió que reencarnaría, y que cuando lo hiciera, él sería quien estaría en el regazo del moribundo otoño, ofrendándole su primera helada. 
Entonces, lo finiquitó con una rosa.
ILUSTRACIÓN: Rocío D. Limón                 TEXTO: Santiago R. Bailez Chayé

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