En su soledad marital expectoraba el corazón las cenizas de sus sueños románticos, acomodada su inmaculada silueta sobre el sillón frío e inacabable de la sala, entre las lámparas encendidas por nada y la petrificada puerta principal.
Pero esa noche rompió su fantasmal paz el cuerpo de la violencia del mundo, cuando armas lleva éste, y penetra ventanales entreabiertos, violando moradas.
Un cuchillo amenazó sus mejillas por turnos, y un aliento de alcohol y de humo que colisionó contra su rostro, profanó el aire que escapaba de sus pulmones agitados, mientras el invasor anegaba sus muñecas.
Sobre el sillón inacabable su ropa el cuchillo cercenó en cientos; el cuero de los almohadones rechinó por miles y entonces su abnegación hizo cima.
Y al final, a la vez que la tersa piel de su vientre pálido se estremecía bajo un manto rojo de marea creciente, y el cielo le proveía sus alas de eternidad, un diablo que portaba el rostro de su incierto cónyuge surgió por la puerta petrificada y contempló, atónito en su sino, la última quietud de su fiel esposa, que antes de perderse en la letanía de lo irrevocable le dedicó una sonrisa al tiempo que repasaba con su otrora quieta lengua, sus propios labios ensangrentados.
ILUSTRACIÓN: Rocío D. Limón TEXTO: Santiago R. Bailez Chayé
Excelente microrrelato y más que sugerente imagen. Acá más que nunca se verifica esto de que la pintura cuenta com imágenes y la literatura pinta con palabras. Una unión perfecta entre dos lenguajes complementarios.
ResponderEliminarObservación inestimable teniendo en cuenta la pericia de la fuente. Muchas gracias, Adriana.
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