“…una vanidad
hambrienta es déspota”, Mason Cooley.
El cuerpo hermoso
tallado por su juventud le había abierto, tempranamente, las puertas de la
admiración social.
Hombres y mujeres la
amaban, y por hombres y mujeres se dejaba amar en veladas sin sentido, sumergidas en presentes sin futuros, cuando los lobos aúllan y los rocíos se
despliegan.
Pronto encontró que
algo faltaba: poseía el amor de Dios, de los mortales, del espejo y de las
cámaras; entonces, una noche, salió a su balcón y saltó, alumbrada por la que
brilla sin luz propia.
Así fue como logró el
amor de Lucifer.
ILUSTRACIÓN: Rocío D. Limón TEXTO: Santiago R. Bailez Chayé
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