El día de la boda el
templo esplendía en un blancor lunar; por las ventanas el oro era de plata y las
baldosas de sepulcral brillo.
Los novios, tomados
de la mano frente a la autoridad eclesiástica, esperaban las primeras palabras
de la ceremonia, y los invitados, algo inquietos, por alguna razón que el Cielo
y la Lógica no hubieran querido aceptar, parecían observar a la novia con suma
atención: su velo había desaparecido casi de un momento para otro. El
desconcierto, sin embargo, no tuvo fuerza suficiente para detener el rito.
Cuál fuera la sorpresa
de todos cuando los novios comenzaron a intercambiar los votos matrimoniales: y
es que el vestido de ella, con cada palabra, había ido transparentándose.
De pronto él la
detuvo, le dijo “basta”, o algo así, y abandonó el templo. Supo, y ella supo, y
todos supieron, que el amor de la novia pertenecía a su amante secreto, al
igual que su cuerpo. Y que por esa razón, cuanto más al amor se acercara, más
se acercaba a la Verdad; y la Verdad, tarde o temprano (todos lo saben) salta a
los ojos como la reflexión de un espejo.
ILUSTRACIÓN (editorial Novel Mundo): Rocío. D. Limón
TEXTO: Santiago R. Bailez Chayé
No hay comentarios:
Publicar un comentario